En su cuento “El sueño de un hombre ridículo” (*), Dostoiewsky relata el caso de un hombre escéptico y desesperado, hasta el punto de que había decidido suicidarse.
Una noche lóbrega, cuando caminaba hacia su casa, una niña le salió al encuentro, llorando y gritando, pidiéndole ayuda.
Aunque él la despreció, más tarde, ya en su casa, le vino el remordimiento:
“Podía haber ayudado a la niña. ¿Y por qué no la ayudé? Pues por una idea que me asaltó: cuando ella me estaba tirando del brazo y me llamaba, se me planteó una cuestión que no pude resolver. (...) ¿Por qué razón sentí de pronto que no todo me resultaba indiferente, y que sentía compasión hacia aquella niña?”