Marc Chagall, El cielo azul de París (1964)
En la actual situación de “urgencia educativa” cabe redescubrir las virtudes. Esta palabra se refiere no a cualesquiera “valores” personales, sino a cualidades que se consideran buenas en las personas, y que poseen como hábitos de obrar bien, conformes a la razón natural. Según Platón las virtudes tienen que ver con la vida plena, con la libertad y con la belleza, pues para los griegos lo bello era equivalente a lo valioso.
Romano Guardini publicó en 1963 un libro sobre las virtudes como formas de la vida ética. Ahí explica cómo las virtudes suponen una personalización de los valores, y en cada una de ellas sigue predominando ese determinado valor. En cada virtud se expresa el hombre entero. Y esto acontece tanto en la historia de la vida personal como en la evolución de un pueblo o de un país, donde a veces varían las virtudes que determinan la actitud moral.
Más allá de la resonancia un tanto extraña y antipática, antigua y moralizadora que con frecuencia reviste modernamente el término “virtud”, Guardini ha hecho mucho, y conviene conocerlo, para restablecer su significado vivo y positivo.
¿Qué significa virtud?
Ante todo, ¿qué significado concreto tiene decir que alguien posee una virtud? Responde Guardini que las virtudes favorecen la alegría y enriquecen la personalidad y la vida entera de quien las posee. Por ejemplo, la virtud del orden lleva al dominio de sí mismo, no como un yugo pesado, sino al contrario: como una liberación de las mejores energías de la persona, y por tanto a una adecuada actitud en la relación con las personas y las cosas.
Señala Guardini que hay dos modos en que una virtud se puede desarrollar: de modo innato o como un proceso consciente y esforzado. Hay personas que tienden como naturalmente al orden. A otros les sucede lo contrario; incluso el orden les resulta agobiante, y tienden a pensar que la libertad consiste en hacer aquello a lo que están inclinados.
Los primeros tendrán que vigilar para que esa tendencia se traduzca en claridad y belleza en su vida, y no les vuelva estrechos, duros o pedantes. Los segundos deberían caer en la cuenta de que el orden es un valor indispensable, personal y socialmente; deberían luchar por conquistarlo, aunque les cueste quizá toda su vida.
“Ambas formas de virtud son buenas, ambas necesarias”, dice Guardini. Y entiende que sería un error pensar que sólo es virtud la que surge con naturalidad, así como es un error pensar que sólo es moral lo que se logra con esfuerzo.
Virtud y sufrimiento
Continúa el ilustre pensador italo-alemán, las virtudes se pueden deformar o pueden enfermar. El orden, lo hemos visto ya, puede hacerse rígido hasta el punto de no valorar la libertad o la creatividad; puede convertirse en una constricción que hace daño. La virtud puede enfermar haciendo también sufrir a esa persona y a los demás. En el caso del orden, pueden generarse obsesiones o angustias.
De otro lado, puede suceder que el virtuoso sufra más que otros, no porque su virtud enferme, sino porque le hace más sensible que otros en determinados aspectos de la vida.
Así, la persona ordenada se da cuenta del peligro y la amenaza misteriosa que puede esconderse en el desorden, tanto en el mundo, como en el propio espíritu, como también en las relaciones humanas en el trabajo y en el Estado.
En todo caso, Guardini, que escribe en la perspectiva de una ética transcendente o abierta a Dios, dice que las virtudes deben ser realmente humanas y razonables. “El hombre ha de seguir conservando el dominio sobre su virtud para alcanzar la libertad de la imagen y semejanza de Dios”.
Virtud y transcendencia
Por último, señala que la virtud tiene que ver con la transcendencia: “Se eleva hasta Dios, o mejor dicho, desciende de Él”. Para Platón, de la bondad eterna de Dios (que es el agathón, lo bueno) desciende la iluminación moral al espíritu del hombre según los diversos caracteres. Pues bien, dice nuestro autor, “en la fe cristiana llega a su plenitud ese reconocimiento”.
Respecto a la virtud del orden, Guardini evoca la imagen misteriosa de la ciudad santa que desciende de Dios a los hombres, como síntesis del orden (cf. Ap. 21, 10). A la luz del cristianismo, señala tres modos de entender la relación entre el orden y Dios.
Primero, al ser Dios el Creador y Señor, distinto del mundo, el hombre le debe obediencia; sin este orden, el caos prevalece sobre todo intento de bienestar y cultura.
Segundo: el orden pide que toda injusticia sea reparada (podría recordarse aquí la encíclica de Benedicto XVI, Spe salvi, nn. 41-48); es un espejismo pensar que la injusticia se disuelve por sí misma, pues permanece en el contexto vital de los que la cometen y padecen, en el influjo y consecuencias que tiene en la historia; y, finalmente, Dios se ocupará de que sea reparada al final de los tiempos.
Tercero, por tanto, la historia pide que se rindan cuentas, no a la opinión pública ni a la ciencia, ni a la historia misma (que mantiene escondidas o falseadas tantas cosas), sino en el juicio ante Dios.
* * *
Cabría añadir a estas observaciones de Guardini otras dos, hoy particularmente necesarias.
Virtud, vida lograda y alegría
En primer lugar, que siempre vale la pena buscar la virtud. El motivo es que, cuando es sana y auténtica, lleva a la vida plena y por tanto a la alegría, aunque esta alegría no esté libre de cierto sufrimiento. Las virtudes son condición para una vida lograda, también en relación con la familia (escuela de virtudes) y el trabajo, y para una verdadera transformación de la sociedad.
En segundo término, que las personas que no tienen valores o virtudes sufren mucho o quizá más que los virtuosos, precisamente por carecer de virtudes.
Virtud y razón; verdad, bien y belleza
Las virtudes son un camino de “diálogo educativo” entre la fe y la razón. En una de sus audiencias generales dijo Benedicto XVI: “La práctica de la virtud consiste en actuar de conformidad con la recta razón, en la búsqueda de todo lo que es verdadero, bueno y hermoso” (5-IX-2007). El Papa ha citado a San Gregorio de Nisa cuando dice que Cristo es el modelo y maestro que nos permite ver la imagen de Dios. Cada uno es el pintor de su propia vida y las virtudes son las pinturas de las que se sirve (cf. De perfectione christiana: PG 46, 272 b).
Virtud y santidad
Para declarar que alguien ha llegado a la santidad, la Iglesia pone como condición el que haya practicado “virtudes heroicas”. Pero atención a lo señalado por Joseph Ratzinger: “Virtud heroica no significa exactamente que uno hace cosas grandes por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él sólo ha estado disponible para dejar que Dios actuara. (…) La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz” (Intervención con motivo de la canonización de Josemaría Escrivá, publicada en el “Osservatore Romano”, 6-X-2002).
En definitiva, las virtudes, como “formas de estar el hombre en el bien” (Guardini), son claves para comprender a las personas, y, en la educación cabe partir de sus dones naturales para lograr otras virtudes. Constituyen así, ciertamente, horizontes educativos de una existencia mejor, vivida y comprendida como una tarea, en la que se juega su propio sentido.
(Publicado en www.analisisdigital.com, 13-XI-2011)
No hay comentarios:
Publicar un comentario