Una revolución que cambia el corazón
Comenzó señalando que mediante su entrega por nosotros, Cristo nos ha liberado. Y esta libertad plena de los hijos de Dios es lo que llamamos vida de la gracia o de amistad con Dios (que solo se pierde por el pecado, pero se recupera con el sacramento de la Confesión o de la Penitencia), un verdadero tesoro. Al mismo tiempo se trata de una revolución.
Una revolución que cambia el corazón. A lo largo de la historia, las revoluciones han cambiado los sistemas políticos y económicos, pero ninguna de ellas ha modificado verdaderamente el corazón del hombre: “La verdadera revolución, la que transforma radicalmente la vida, la ha realizado Jesucristo a través de su Resurrección: la Cruz y la Resurrección”. Benedicto XVI decía que ha sido “la más grande mutación de la historia de la humanidad”. Por eso, señala el Papa Francisco, “un cristiano si no es revolucionario, en este tiempo, ¡no es un cristiano! ¡Debe ser revolucionario por la gracia!”
Esta “revolución” que trae Jesucristo es una gran mutación de la historia porque cambia el corazón (cf. Ez, 11, 19), como le sucedió a San Pablo: de perseguidor de los cristianos, lo convirtió en apóstol y testigo de Cristo; de pecador, lo convirtió en santo. Y para ser santo solo una cosa es necesaria: acoger la gracia que el Padre nos da en Jesucristo. Esta es la gracia que cambia nuestro corazón.
Ahora bien, ¿qué quiere decir el profeta Ezequiel cuando habla de que el corazón de piedra debe cambiarse en un corazón de carne? En palabras de Francisco esto implica que la gracia de Cristo nos concede “un corazón que ama, un corazón que sufre, un corazón que goza con los otros, un corazón lleno de ternura por quien, llevando impresas las heridas de la vida, se siente en la periferia de la sociedad”. Y continúa (usando el argumento de la encíclica de Benedicto XVI Caritas in veritate): “El amor es la fuerza más grande para transformar la realidad, porque abate los muros del egoísmo y llena las zanjas que nos mantienen alejados los unos de los otros. Y este es el amor que viene de un corazón cambiado, de un corazón de piedra que se ha transformado en un corazón de carne, un corazón humano”.
Gratuidad, esperanza, testimonio
Y esto lo hace la gracia de Cristo, que no se compra ni se vende, es gratuita, como lo expresa la misma palabra. “El amor de Cristo es así: nos da la gracia gratuitamente, gratuitamente. Y nosotros debemos darla a los hermanos, a las hermanas, gratuitamente. Es un poco triste cuando uno encuentra algunos que venden la gracia: en la historia de la Iglesia algunas veces ha sucedido esto, y ha hecho tanto daño, tanto daño”.
También en Roma –señala el Papa– hay tanta gente con dolores y problemas, que vive sin esperanza. Buscando la felicidad en el alcohol, en las drogas o en el juego, en el poder del dinero o en la sexualidad sin reglas, o en comportamientos violentos, indignos del hombre. Muchos jóvenes recurren al suicidio porque carecen de esperanza. Y nosotros debemos dar la esperanza como la gracia, gratuitamente, con nuestro testimonio, con nuestra libertad y con nuestra alegría, manifestando que no somos huérfanos, que tenemos un Padre (Dios) y que podemos compartir esta filiación con todos los demás.
Y continúa el Papa Francisco diciendo que no se trata propiamente de convencer a otros para que aumente sin más el número de los cristianos, sino de sembrar el Evangelio: “El Evangelio es como la semilla: tú lo siembras con tu palabra y con tu testimonio. Y después no haces estadística de como ha sido esto: la hace Dios. Dios hace crecer esta semilla; pero debemos sembrar con esa certeza de que el agua la da Él, que Él es el que da el crecimiento. Y nosotros no hacemos la cosecha: la hará otro sacerdote, otro laico, otra laica, otro la hará. Pero la alegría de sembrar con el testimonio, porque la palabra sólo no basta, no basta. La palabra sin el testimonio es aire. Las palabras no bastan”. Toda una lección de gratuidad y generosidad que está avalada por otro elemento: la prioridad de los más necesitados.
También en Roma –señala el Papa– hay tanta gente con dolores y problemas, que vive sin esperanza. Buscando la felicidad en el alcohol, en las drogas o en el juego, en el poder del dinero o en la sexualidad sin reglas, o en comportamientos violentos, indignos del hombre. Muchos jóvenes recurren al suicidio porque carecen de esperanza. Y nosotros debemos dar la esperanza como la gracia, gratuitamente, con nuestro testimonio, con nuestra libertad y con nuestra alegría, manifestando que no somos huérfanos, que tenemos un Padre (Dios) y que podemos compartir esta filiación con todos los demás.
Y continúa el Papa Francisco diciendo que no se trata propiamente de convencer a otros para que aumente sin más el número de los cristianos, sino de sembrar el Evangelio: “El Evangelio es como la semilla: tú lo siembras con tu palabra y con tu testimonio. Y después no haces estadística de como ha sido esto: la hace Dios. Dios hace crecer esta semilla; pero debemos sembrar con esa certeza de que el agua la da Él, que Él es el que da el crecimiento. Y nosotros no hacemos la cosecha: la hará otro sacerdote, otro laico, otra laica, otro la hará. Pero la alegría de sembrar con el testimonio, porque la palabra sólo no basta, no basta. La palabra sin el testimonio es aire. Las palabras no bastan”. Toda una lección de gratuidad y generosidad que está avalada por otro elemento: la prioridad de los más necesitados.
El Evangelio, los pobres, la cultura
¿A quién va dirigido el Evangelio? Señala el Papa Francisco (explicando por qué el Catecismo habla de la atención u opción “preferencial” por los pobres): “El anuncio del Evangelio está destinado ante todo a los pobres, a cuantos carecen frecuentemente de lo necesario para llevar una vida digna. A ellos se les anuncia primero el mensaje alegre de que Dios los ama con predilección y viene a visitarles a través de las obras de caridad que los discípulos de Cristo cumplen en su nombre. Ante todo, ir a los pobres, esto es lo primero”. Y añade que todos seremos juzgados por esto (cf. Mt, 25).
Continúa Francisco: no es que el anuncio del Evangelio deba restringirse a aquellos que no tienen una preparación cultural. Según San Pablo el Evangelio es para todos, también para los doctos; pues la sabiduría que proviene de la Resurrección de Cristo no se opone a la sabiduría humana, sino que la purifica y la eleva; y por eso la Iglesia siempre ha estado presente en los lugares en los que se elabora la cultura. Y en consecuencia –dirá–, hemos de ir al diálogo que hace la paz, al diálogo intelectual y razonable.
“Pero el primer paso –insiste– es siempre la prioridad de los pobres”. Ahora bien, esto no significa pauperismo. “Significa que debemos ir hacia la carne de Jesús que sufre, pero también sufre la carne de Jesús de aquellos que no lo conocen con su estudio, con su inteligencia, con su cultura”. Por eso dice que le gusta usar la expresión “ir hacia las periferias”, las periferias existenciales: desde la pobreza física y real a la pobreza intelectual, que es real, pura. Todas las periferias, todos los cruces del camino. Y sembrar ahí el Evangelio con la palabra y el testimonio.
Una “revolución” de gratuidad y de generosidad (la vida cristiana auténticamente vivida) es lo que plantea el Papa Francisco, de un modo claro y directo. Estamos ante un discurso que recoge los elementos centrales de su “programa” y el Papa los propone con la fuerza del Evangelio.
(una primera versión fue publicada en www.reoligionconfidencial.com, 30-VI-2013)
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