Responder a la pregunta “qué es el espíritu navideño”, observaba el cardenal Bergoglio, no es fácil en un tiempo de consumismo (y, hoy cabría añadir, de tantos problemas, dificultades y persecuciones, como ha reflejado Francisco este año en su bendición de Navidad).
Pero volvamos a su reflexión de Buenos Aires: “A lo largo de los tiempos el arte procuró expresarlo de mil maneras y logró acercarnos bastante al significado de ese espíritu navideño. ¡Cuántos cuentos de Navidad nos ofrecen historias que nos aproximan a él! Los bellísimos relatos de Andersen, Tillich, Lenz, Böll, Dickens, Gorki, Hamsun, Hesse, Mann y tantos otros lograron abrir horizontes de significación que nos adentran por este camino de comprensión del misterio, pero con todo, no resultan suficientes”…
En efecto, el verdadero Espíritu de la Navidad (el Espíritu Santo) es el capaz de cambiarnos por dentro por el amor, que es lo que realmente cambia a las personas.
El Evangelio de San Lucas cuenta el relato de la primera Navidad: el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre –y para empezar, hecho niño– en Belén. Rodeado por el cariño de María y de José y alabado por los ángeles, fue adorado primero por unos pastores y luego por los Magos que vinieron de lejos siguiendo una estrella.
Y todo ello, como cumplimiento de una larga historia de promesas de Dios al pueblo judío, como centro de la fe cristiana y como signo de paz y de esperanza para todas las personas del mundo; porque Jesús ha venido para hacernos participar de su propia vida y constituir la familia de Dios en el mundo, germen de fraternidad universal. He ahí el “secreto” del Espíritu navideño, que viene para todos –en la medida en que le aceptamos– con Jesús:darse a sí mismo, imitando a Dios. Así lo vemos también en la Eucaristía.
Darse a sí mismo, imitando a Dios
Lo decía Benedicto XVI en la Nochebuena de 2006:
“Se ha hecho niño por nosotros y así ha disipado toda ambigüedad. Se ha hecho nuestro prójimo, restableciendo también de este modo la imagen del hombre que a menudo se nos presenta tan poco atrayente. Dios se ha hecho don por nosotros. Se ha dado a sí mismo. Por nosotros asume el tiempo. Él, el Eterno que está por encima del tiempo, ha asumido el tiempo, ha tomado consigo nuestro tiempo. Navidad se ha convertido en la fiesta de los regalos para imitar a Dios que se ha dado a sí mismo. ¡Dejemos que esto haga mella en nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente!” (Homilía, 24-XII.2006).
E insistía en la actitud fundamental que hemos de cultivar, especialmente en Navidad: “Entre tantos regalos que compramos y recibimos no olvidemos el verdadero regalo: darnos mutuamente algo de nosotros mismos. Darnos mutuamente nuestro tiempo. Abrir nuestro tiempo a Dios. Así la agitación se apacigua. Así nace la alegría, surge la fiesta” (Ibid.). Es lo que expresan los villancicos como "Noche de paz" o "El pequeño tamborilero".
Y en el mismo día de 2012 –su última Nochebuena como Papa reinante–, lamentaba la situación de nuestra cultura, que nos hace ciegos ante la luz de Dios que nace en la tierra y vive también en los más necesitados: “Estamos completamente ‘llenos’ de nosotros mismos, de modo que ya no queda espacio alguno para Dios. Y, por eso, tampoco queda espacio para los otros, para los niños, los pobres, los extranjeros” (Homilía, 24-XII-2012).
No hay comentarios:
Publicar un comentario