viernes, 10 de junio de 2016

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Carácter y madurez del cristiano

El cristiano tiene un propio carácter, en el sentido de conjunto de cualidades que le distinguen, por su modo de ser y de obrar, de los demás, a la vez que le permiten relacionarse con ellos y servirles. La visión cristiana del hombre (antropología cristiana) se deduce del encuentro con Dios en Cristo. La fe cristiana se traduce en el amor, que significa propiamente no vivir para nosotros mismos, sino para Él, y con Él, para los demás. Esto supone una mirada nueva al hombre y al mundo, y en buena parte se concreta en las virtudes. Es un modo de ver las cosas y de trabajar que ayuda a la madurez personal a la vez que tiene una importante dimensión social, y también ecológica.


1. Las virtudes en el camino de la madurez cristiana


Toda vida humana se puede entender como un camino personal hacia la libertad. Un camino con luces y sombras, descubrimientos e incertidumbres, y, para algunos, muchas dificultades. En todo caso siempre es una aventura que vale la pena correr (ver película “Camino a la libertad”, The way back, P. Weir, 2010).

Y en ese camino son importantes las virtudes morales: la prudencia y la justicia, la fortaleza y la templanza, y muchas otras como el dominio de sí mismo, la búsqueda de la verdad y la comprensión, la empatía y la solidaridad. Las virtudes –hábitos de hacer el bien– capacitan para hacer el bien y la vida moral las necesita, junto con saber descubrir los verdaderos valores o bienes, y apreciar las normas éticas.

Pues bien, la Revelación bíblica educa en todas las dimensiones de la ética para ayudar al cristiano en su madurez personal y social, en el camino de la libertad que es la vida. La fe y la vida cristiana favorecen las virtudes morales, y llevan a la persona hasta capacitarla para participar de la misma vida divina por medio de las virtudes teologales (la fe, la esperanza y la caridad o el amor).


Vocación y misión

El camino de la vida humana puede también verse como una vocación (de vocare, llamar). Es decir, una llamada a la felicidad que se encuentra en el don sincero de sí mismo a los demás (Juan Pablo II). El mensaje cristiano ayuda a valorar y seguir en libertad esta vocación que todos tenemos, cuyos contornos precisos hay que ir descubriendo, con la ayuda de Dios y de los demás. Una llamada a una aventura fascinante, que comporta una misión en relación con Dios, los demás y el mundo. 

Así para un cristiano buscar la felicidad, ejercer la libertad y hacer el bien son lo mismo; pues no hay libertad sin referencia simultánea a la verdad y al amor.

Según el cristianismo, la relación con Dios lleva a procurar la “gloria de Dios”; es decir, colaborar para que Dios sea conocido y amado, a través de nuestras obras buenas (cf. Mt 15, 16). De este modo, lo que en ética se llama hacer “justicia a la realidad” (R. Spaemann) se identifica con lo que los cristianos llamamos vivir la caridad, es decir el amor a Dios y al prójimo.


El verdadero significado de la caridad

En el lenguaje ordinario por caridad se entiende a veces ayudar a un necesitado. Esto tiene un marco más amplio que es el de una actitud solidaria con el sufrimiento ajeno. En la perspectiva cristiana la caridad es un don de Dios antes que una tarea o actitud humana; y consiste en la entrega de uno mismo a los demás por amor. 

La caridad es la virtud más importante y centro de todas las demás: es el fundamento de las normas morales, la garantía para alcanzar los bienes verdaderamente humanos, la fuerza más importante para responder a nuestra vocación personal (sea la que sea) y llevar adelante nuestra misión, y el criterio último de la madurez humana y cristiana. 

La caridad es como la “sustancia” misma de la santidad, del camino hacia la verdadera libertad en relación con uno mismo y con Dios, con los demás y con el mundo. Ahí está la verdadera madurez.

Decíamos que el camino hacia la madurez es un camino que pide las virtudes. Ya los filósofos clásicos señalaban que esto requiere no sólo conocimientos y reflexión sobre lo que conviene o no conviene hacer, sino también una educación para saber descubrir los verdaderos bienes y un ascetismo (de ascesis, lucha) o “combate espiritual” para lograr de hecho hacer el bien.

En esta línea se sitúa también el cristianismo, que cuenta con una Revelación sobre quién y cómo es la persona humana (imagen y semejanza de Dios), que encuentra su plenitud en el conocimiento y en la identificación con Jesucristo. En Él, Dios se ha hecho hombre y sigue saliendo a nuestro encuentro a través de los cristianos. 


Don y tarea

Así pues, por parte de Dios está garantizada la madurez del cristiano, mediante el don de la Revelación en Cristo y de la gracia que se nos da principalmente en los sacramentos, Por parte del hombre, el camino de la madurez es una tarea diaria que necesita esfuerzo (metas, itinerarios y proyectos concretos) para hacer fructificar los dones y las gracias recibidas de Dios, evitando así la tibieza y el pecado. 

El cristianismo no propone una madurez utópica, inalcanzable, sino un camino para alcanzar la plenitud de la vida, con las limitaciones propias de la condición humana, contando siempre con la ayuda de Dios, y poniendo de nuestra parte lo que podemos, poco a poco.

Y así como en las tareas y empresas humanas es bueno contar con asesores y entrenadores expertos en los diversos temas, en el camino cristiano de la madurez y de las virtudes, es bueno hacerse acompañar espiritualmente por personas en las que podemos confiar porque tienen más experiencia y porque nos respetan y quieren nuestro bien.

En todo caso, siempre hay que recordar que cada uno de nosotros somos protagonistas de nuestro destino, como escribía el poeta inglés: “Yo soy el capitán de mi alma” (Del poema “invictus”, escrito en 1875 por W. E. Henley, que desde los 12 años padeció una tuberculosis de los huesos hasta su muerte cuando tenía 53 años).

Un cristiano podría y debería decir: “Ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2, 20): yo sigo siendo el capitán de mi alma, y, en el “nosotros” que formamos los cristianos, estoy al servicio, como Cristo y con Él, de los demás y del mundo.


2. Dimensión social de la antropología y la ética cristianas

Por todo ello la antropología y la ética cristianas pueden verse actualmente como “vacunas” contra las ideologías que, en los últimos siglos, han exaltado el culto a la nación, a la raza o a la clase social; o también el culto al dinero y al bienestar como sucede en el capitalismo salvaje, convirtiéndose en una idolatría que ha dejado muchas víctimas, desigualdades y miseria. Esto suele asociarse al hedonismo materialista y a la confianza desmedida en la tecnología como solución de todos los problemas.

Esto equivale a revivir en nuestro tiempo el suceso de Babel (cf. Gn, capítulo 11), aquella torre que los hombres quisieron hacer al margen de Dios. Quitar a Dios del horizonte humano lleva fácilmente, como vemos hoy, a un reduccionismo antihumano: la reducción de la mente al cerebro, la reducción de la historia a un proyecto de autorrealización de los hombres, prescindiendo de su dimensión espiritual y trascendente, dejando sin respuesta la pregunta por el más allá y por el después de la muerte. 


No a un antropocentrismo individualista

El resultado puede sintetizarse en una “absolutización del hombre”, o sea, un antropocentrismo radical o despótico. Este antropocentrismo radical es bien distinto del lugar "preferente" que la revelación cristiana concede al hombre sobre el resto de la naturaleza creada. Por eso si los cristianos dedujeran, a partir de la Biblia, que el hombre puede comportarse como un déspota con los demás seres, sencillamente se equivocarían y mucho. Su posición vendría a unirse, en esto, a quienes por ignorancia o ideología llegan a rechazar incluso su propia naturaleza (la que el hombre ha recibido de Dios) y por tanto también las diferencias entre varón y mujer (ideología de género), 

El resultado de todo ello es manipular la naturaleza humana y la de los demás seres del mundo creado, con el riesgo de destrucción de la Tierra y sus ecosistemas. Y todo esto desemboca constantemente en más individualismo, soledad y destrucción (cf. Francisco, enc. Laudato sí).

En cambio, la antropología y la ética que derivan de la fe cristiana se sitúan en diálogo con otras antropologías y éticas abiertas a la dimensión social del hombre y a la trascendencia. Al mismo tiempo, el mensaje cristiano invita a rechazar todo lo que sea contrario a la dignidad del varón y de la mujer. 

Como consecuencia de la ley natural confirmada por la Revelación bíblica, el cristianismo presenta al matrimonio como alianza fecunda del amor entre varón y mujer que es germen de la familia, y por tanto, garantía de unidad y solidaridad entre la familia humana y entre la familia universal de los seres creados. También nuestra época es testigo de lo que sucede cuando la familia se rompe, mucho más si los hijos son pequeños, tal como se puede ver en la película “¿Qué hacemos con Maisie?” (What Maisie New, S. McGehee y D. Siegel, 2012).

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