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sábado, 25 de enero de 2020
Nuestras historias y sus nudos
En su mensaje para la 54 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24-I-2020), el Papa Francisco ha querido tratar de la importancia de las “buenas historias” (cf. Ex 10, 2). De esas historias que ayudan “a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos”; de esas narraciones que nos hablan de nosotros y de la belleza que poseemos, de la ternura, del tejido vivo que nos une.
El Papa desarrolla este argumento en cinco puntos: 1) La importancia de “tejer historias"; 2) El hecho de que no todas las historias son buenas; 3) La historia del amor de Dios por nosotros como “Historia de las historias”; 4) esa historia como “una historia que se renueva”; 5) y como “historia que nos renueva”.
La influencia de las buenas historias
Como el hombre es un “ser narrador” –observa Francisco– desde niños nos gustan las historias, sea en forma de cuentos, novelas, películas, canciones, noticias... En efecto: de hecho, las historias tienen su pedagogía: “Las historias influyen en nuestra vida, aunque no seamos conscientes de ello. A menudo decidimos lo que está bien o mal hacer basándonos en los personajes y en las historias que hemos asimilado. Los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos”.
Con otras palabras –continúa–, necesitamos “revestirnos” no solo de ropa sino de historias, para custodiar nuestra propia vida. Por ese “tejemos” textos. Y las historias de cada época suelen tener una estructura similar. En ellas se prevén “héroes” que se enfrentan a situaciones difíciles con la valentía del amor. Y nosotros, “sumergiéndonos en las historias, podemos encontrar motivaciones heroicas para enfrentar los retos de la vida”.
Por eso somos “narradores”, porque nuestra vida se va “tejiendo” con los acontecimientos de cada día, abriendo entre el bien y el mal. Ya lo dice el libro del Génesis (cf. Gn 3, 5), cuando presenta la serpiente como tentadora. Y esa tentación afecta también al contar historias (storytelling) de modo que a veces se manipulan historias para narcotizarnos, para convencernos de que tenemos que poseer o consumir, para invitarnos a las murmuraciones y a la violencia.
Así es, lamentablemente, como señala Francisco: “A menudo, en los telares de la comunicación, en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia”.
Pero, añade, “recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad”.
Hay una diferencia fundamental entre las historias manipuladas y las buenas historias: que las primeras desaparecen y las segundas pueden trascender los límites del espacio y del tiempo. A lo largo de los siglos siguen siendo actuales porque alimentan la vida (*)
Por eso propone Francisco: “En una época en la que la falsificación es cada vez más sofisticada y alcanza niveles exponenciales (el deepfake**), necesitamos sabiduría para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos. Necesitamos valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos paciencia y discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana”. Necesitamos sabiduría y valor, paciencia y discernimiento para distinguir y extender las buenas historias.
La “Historia de las historias”, centrada en Jesús
Pues bien, continúa el Papa: “La Sagrada Escritura es una Historia de historias”. Comienza con la creación de todas las cosas –la aparición del mundo y de la vida, la creación del hombre y de la mujer, etc.–, que Dios va “narrando”, junto con sus consecuencias: “La vida nos fue dada para invitarnos a seguir tejiendo esa 'obra admirable' que somos. De esta manera “la Biblia es la gran historia de amor entre Dios y la humanidad”.
Así es. Como se presentaba en una película, se trata de “La Historia más grande jamás contada” (G. Stevens, 1965). Solo que se equivocaba en el título, porque es una historia “siempre contada” y contada de una manera sorprendente: haciendo que siga viva entre nosotros, para nosotros y con nosotros. Como dice una antigua canción que ha dado la vuelta al mundo, “es la historia de un amor como no hay otra igual” y que fue banda sonora de una película mexicana con ese mismo título en 1956.
En el centro de esa “Historia” –volvamos al Papa– está Jesús, porque su historia manifiesta plenamente el amor de Dios por el hombre y, al mismo tiempo, la historia de amor del hombre por Dios. Ese es el origen y el sentido de la Sagrada Escritura:
“El hombre será llamado así, de generación en generación, a contar y a grabar en su memoria los episodios más significativos de esta Historia de historias, los que puedan comunicar el sentido de lo sucedido”. A partir de la memoria de la liberación de Egipto (cf. Ex 2, 24-25), Dios le revela a Moisés el sentido de aquellos acontecimientos para que ese sentido se ponga por escrito y se transmita a las generaciones sucesivas (cf. Ex 10, 2). Y de esta manera “el Dios de la vida se comunica contando la vida”.
De hecho Jesús era un gran narrador de esa historia viva: “El mismo Jesús hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con parábolas, narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Aquí la vida se hace historia y luego, para el que la escucha, la historia se hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la transforma”.
Y por eso –observa Francisco– no es casualidad que también los Evangelios sean relatos. A la vez que nos informan sobre Jesús, “el Evangelio pide al lector que participe en la misma fe para compartir la misma vida”.
El Evangelio de Juan llega a decir que el Narrador por excelencia —el Verbo, la Palabra— se hizo narración: «El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado» (cf. Jn 1,18). Jesús nos ha contado el amor de Dios, nos lo ha revelado haciéndolo carne de su carne, viviéndolo en carne humana entre nosotros y para nosotros. De esta forma “Dios se ha entretejido personalmente en nuestra humanidad, dándonos así una nueva forma de tejer nuestras historias”.
Una historia que “se renueva y nos renueva”
Por tanto esa "Historia" no es algo pasado, sino vivo: es nuestra historia, siempre actual. Dios, que se ha hecho por amor nuestro hombre, carne e historia, nos invita a que nuestra historia, por insignificante que parezca forme parte de su “historia divina” de amor.
“En la historia de cada hombre –señala el Papa–, el Padre vuelve a ver la historia de su Hijo que bajó a la tierra. Toda historia humana tiene una dignidad que no puede suprimirse”. “Por lo tanto –deduce– la humanidad se merece relatos que estén a su altura, a esa altura vertiginosa y fascinante a la que Jesús la elevó”.
Los cristianos somos, por eso, "historias vivientes" que Dios escribe, cartas vivas de Cristo escritas no con tinta sino con el Espíritu Santo en corazones de carne (cf. 2 Co 3, 3), que transmiten la historia del bien que hacemos o del bien en que participamos. Así lo dice el Papa: “El Espíritu Santo, el amor de Dios, escribe en nosotros", con la colaboración de nuestra libertad. “Por obra del Espíritu Santo cada historia, incluso la más olvidada, incluso la que parece estar escrita con los renglones más torcidos, puede volverse inspirada, puede renacer como una obra maestra”, como una continuación del Evangelio.
Así lo testimonian tantas “historias”, testimonios de cómo el Amor ha transformado sus vidas (las Confesiones de Agustín, el Relato del Peregrino de Ignacio de Loyola, la Historia de un alma de Teresita del Niño Jesús, Los Novios de Manzoni, o Los Hermanos Karamazov, de Dostoiewsky). Y “estas historias –añade Francisco– requieren que se las comparta, se las cuente y se las haga vivir en todas las épocas, con todos los lenguajes y por todos los medios”. Son historias –cabría resumir– “humanizadoras” y evangelizadoras al mismo tiempo.
Esa gran Historia de la que formamos parte no solo se renueva sino que también “nos” renueva, hace que podamos superar “malas memorias” pasadas e ir adelante en la aventura de nuestra vida: ”Mientras leemos la Escritura –afirma el Papa–, las historias de los santos, y también esos textos que han sabido leer el alma del hombre y sacar a la luz su belleza, el Espíritu Santo es libre de escribir en nuestro corazón, renovando en nosotros la memoria de lo que somos a los ojos de Dios”. Por eso, concluye, “contarle a Dios nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica de los acontecimientos permanezca inalterada, cambian el sentido y la perspectiva. Contarse al Señor es entrar en su mirada de amor compasivo hacia nosotros y hacia los demás. A Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle las situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la vida, remendando los rotos y los jirones”.
Esto hace que desde ese punto de vista podamos comprender mejor a los demás: “Con la mirada del Narrador —el único que tiene el punto de vista final— nos acercamos luego a los protagonistas, a nuestros hermanos y hermanas, actores a nuestro lado de la historia de hoy. Sí, porque nadie es un extra en el escenario del mundo y la historia de cada uno está abierta a la posibilidad de cambiar. Incluso cuando contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacerle sitio”.
Así concluye Francisco su mensaje sobre la importancia –tan de fondo y tan práctica al mismo tiempo– de la dimensión histórica o narrativa de la existencia humana y, por tanto, también de la evangelización.
María desata los nudos
[Imagen: J. G. M. Schmidner, María Desatanudos (h. 1700), Iglesia de San Peter am Perlach (Augsburgo, Alemania)]
Nadie mejor para guiarnos y acompañarnos en nuestro "contar", para “tejer” nuestra historia, para desatar nuestros “nudos”, que María. Ella, dice el Papa, “tejió la humanidad de Dios en su seno y —dice el Evangelio— entretejió todo lo que le sucedía. La Virgen María lo guardaba todo, meditándolo en su corazón (cf. Lc 2,19). Pidamos ayuda a aquella que supo deshacer los nudos de la vida con la fuerza suave del amor”. Una oración con la que confiamos a María nuestras historias y sus nudos:
Oh María, mujer y madre, tú tejiste en tu seno la Palabra divina, tú narraste con tu vida las obras magníficas de Dios. Escucha nuestras historias, guárdalas en tu corazón y haz tuyas esas historias que nadie quiere escuchar. Enséñanos a reconocer el hilo bueno que guía la historia. Mira el cúmulo de nudos en que se ha enredado nuestra vida, paralizando nuestra memoria. Tus manos delicadas pueden deshacer cualquier nudo. Mujer del Espíritu, madre de la confianza, inspíranos también a nosotros. Ayúdanos a construir historias de paz, historias de futuro. Y muéstranos el camino para recorrerlas juntos.
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(*) Aparte de que no todas las historias son buenas y muchas son manipuladas, el contar historias, sobre todo si se toma como único instrumento de comunicación, tiene otros inconvenientes: puede reducir la capacidad de análisis, polarizar la confrontación sin dar soluciones, alimentar el subjetivismo y el relativismo en materias éticas y políticas (vid. el Directorio para la catequesis, 2020, n. 364).
(**) El deepfake (=ultrafalso) es un procedimiento para crear imágenes falsas por medio de algoritmos y bases de datos, de forma que se pueden superponer a voluntad determinados rostros a figuras que realizan movimientos o actividades que nada tienen que ver con la realidad.
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