lunes, 10 de febrero de 2020

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El lenguaje de la evangelización


La fe cristiana mantiene que Dios ha hablado con el hombre. Lo ha hecho pedagógicamente desde antiguo, primero eligiendo un Pueblo para comunicarse con él tomando pie de los acontecimientos de su historia. En la Sagrada Escritura se contiene el testimonio de esa autocomunicación de Dios que preparaba su manifestación plena en Jesucristo. Él es el Hijo eterno de Dios Padre, su Palabra hecha carne, hecho hombre, el lenguaje de Dios plenamente manifestado en la historia, por la acción del Espíritu Santo, y por eso es la “buena noticia” (=Evangelio). Por eso es importante conocer el contexto cultural e histórico de los Evangelios.

Hoy la Palabra de Dios sigue haciéndose lenguaje humano por muchos caminos. Siguiendo el "principio" o la “ley de la Encarnación”, los cristianos hemos de anunciar a Cristo ante todo viviendo en unión con Él, haciendo carne propia la vida de Cristo para el mundo. Nuestra primera palabra es nuestra vida, el testimonio de lo vivido cotidianamente.


Lenguaje de Dios y lenguaje humano

En ese contexto se entiende que el lenguaje de la evangelización, por lo que se refiere a las palabras, debe ser “no un lenguaje académico (que allí, o sea, en el ámbito académico, tiene su sentido y es necesario, pero no corresponde en el anuncio y en la profesión de fe), sino el lenguaje de la Escritura, de los Padres, de los hombres de hoy; simplemente, en el lenguaje vivo del hombre, del hombre que es siempre uno" (J. Ratzinger, 1963). Es decir, el lenguaje –o quizá mejor, los lenguajes– de la gente, de la calle, de las peliculas, de los periódicos, de los amigos y de los vecinos.

La Iglesia ha ido elaborando el mensaje del Evangelio en forma de lo que solemos llamar doctrina, que –puesto en un marco adecuado de testimonio educativo, libertad respetuosa y compromiso social– nada tiene que ver con adoctrinamiento. Ese mensaje lo ha venido transmitiendo la Iglesia desde las familias, las parroquias y las escuelas, en la educación de la fe. Es decir, en las catequesis y en las clases de religión, en la predicación y a través de la cultura misma, en proporciones y modos distintos, en la medida en que las culturas han ido asimilando el Evangelio y a la vez enriqueciendo las expresiones del mismo.

Hoy la cadena de la transmisión de la fe se ha interrumpido y no está garantizado que muchos comprendan los términos y las perspectivas de la doctrina católica. Esta doctrina es siempre la misma en su sustancia (el depósito de la fe), pero se expresa de modos distintos a lo largo de las épocas y en las diversas culturas (cf. Juan XXIII, Alocución Gaudet Mater Ecclesia, en la inauguración solemne del Concilio Vaticano II, 11-X-1962). Por eso debemos estar atentos a nuestro lenguaje en la evangelización. Como todo lenguaje, no se limita a las palabras, sino que implica el contexto de la comunicación.

He aquí algunos puntos que podrían servir de guía para un mayor desarrollo de este tema: el lenguaje de la Evangelización


Contexto, contenidos, actitudes

El mensaje cristiano tiene, en efecto, su contexto: las palabras deben transmitirse con el testimonio del mensajero y de un modo integral. De este modo la doctrina se entrega en el marco de una vida y promueve esa misma vida –la vida cristiana– y el discernimiento del obrar cristiano en medio de la vida corriente.

Nuestro lenguaje debe tener en cuenta los contenidos de ese mensaje y la jerarquía de sus valores, en cuyo centro está la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo. Esto admite diversas formas: Jesús hablaba con parábolas –imágenes, ejemplos, comparaciones–, tomando pie de la cultura y de las experiencias de sus interlocutores, despertando su interés por lo concreto y facilitando sus interrogantes.

El evangelizador ha de mirar y escuchar la realidad (no debe limitarse a emitir hipótesis sobre lo que "sería" maravilloso que sucediera, sino señalar con sentido positivo lo que va bien y lo que no va tan bien), los “signos de los tiempos” y las necesidades de las personas. Ha de atender también a sus propias actitudes, pues solo se transmite lo que se es, incluso antes de lo que se hace, y por supuesto mucho antes que lo que se dice.


Lenguajes verbales y no verbales

Especialmente con los jóvenes, es necesario conocer los lenguajes antropológico-culturales actuales (el lenguaje no verbal de los hechos, de la justicia, del amor y la misericordia, el lenguaje de la belleza) y facilitarles el “aprender haciendo”. El lenguaje de la predicación y del acompañamiento espiritual requiere de una continua preparación mediante la oración, el estudio y el diálogo.

En su forma externa, el lenguaje evangelizador ha de ser adecuado (concreto, positivo, alentador), también cuando trate de las llamadas “realidades últimas” (muerte, jucio, cielo, infierno), poniendo de relieve sus dimensiones antropológicas, cristológicas y eclesiológicas. Ha de evitarse un lenguaje especializado, en particular si no se utilizan términos asumidos por la tradición evangelizadora de la Iglesia; y tener en cuenta la “analogía”, es decir el sentido en que el mensaje cristiano utiliza los términos.

En la dirección y el acompañamiento espiritual, forma parte del lenguaje la acogida y el estilo, el abstenerse de juicios apresurados, el tener en cuenta los factores que intervienen en la situación concreta, la búsqueda del bien posible en cada momento.

Volviendo a los lenguajes no verbales, hoy valoramos más el lenguaje de las imágenes y de los símbolos porque interpelan al conjunto de la persona con frecuencia desde sus afectos.

Entre esos lenguajes está también el lenguaje del cuerpo y su papel en las relaciones personales y en la liturgia.


Lenguaje narrativo y lenguaje de las culturas

Respecto al lenguaje narrativo, el “contar historias” –con su fuerza educativa–, corresponde a la estructura de la existencia humana y de la vida cristiana. Tiene su centro y plenitud en Cristo, pues estamos llamados a revivir los misterios de su vida (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 521), siendo a la vez protagonistas de nuestra propia historia en el marco de la Tradición viva de la familia que es la Iglesia. Cada persona está llamada a hacer de su vida una aventura, una historia fascinante, una obra de arte (cf. Juan Pablo II, Carta a los artistas). De ahí también la importancia de la vida de los santos, capaces de secundar con plena libertad la guía del Espíritu Santo.

El lenguaje del cine junta «el icono con su fuerza evocativa y la narración con su potencialidad de historia abierta y contagiosa» (B. Forte).

Finalmente nos referimos al lenguaje de las culturas, en y hacia las que se transmite el Evangelio. Si bien no se identifica con ellas, las ilumina, sana y vivifica.



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