miércoles, 12 de diciembre de 2012

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Acoger el proyecto de Dios


Joseph F. Brickey (1973-), Journey to Bethlehem

¿Cómo sería nuestro proyecto de vida si hubiéramos podido trazarlo personalmente? Con seguridad, no dejaríamos fuera a tantas personas que amamos; pero ¿dejaríamos fuera a las demás, nos serían indiferentes?

      La fe cristiana nos dice que Dios tiene un proyecto para cada uno de nosotros, que es, a la vez, una propuesta y una llamada para todos. Es un proyecto de amor y el amor es “benevolencia”, querer el bien para el otro. Nuestra respuesta debería ser una respuesta de amor a Dios, y, en consecuencia, a los demás. Lo ha dicho Benedicto XVI en su audiencia general del 5 de diciembre al explicar cómo “Dios revela su benévolo designio”.


El plan de Dios: un proyecto de amor

     1. El plan misterioso de Dios. Esa expresión, “benévolo designio”, figura en el himno que san Pablo dedica al plan maravilloso de Dios, lleno de misericordia y de amor (cf. Ef 1, 3-14).

     Siguiendo la interpretación de san Pablo, señala el Papa, que nosotros existimos en la mente de Dios desde la eternidad y formamos parte de un gran proyecto del amor de Dios que ha decidido revelar en “la plenitud de los tiempos” (v. 10), es decir con la venida de Cristo.

     No somos, por tanto, el resultado de una casualidad, sino el fruto de “un proyecto de bondad de la razón eterna de Dios, que con la fuerza creadora y redentora de su Palabra, da origen al mundo”. Hemos sido elegidos para vivir en Cristo. “En Él existimos, por así decirlo, ya desde siempre. Dios nos considera en Cristo, como hijos adoptivos”.


Cristo en el centro de la vida y del mundo

     2. El objetivo: recapitular todas las cosas en Cristo. ¿Cuál es –se pregunta el Papa– el objetivo final de este plan misterioso? ¿Cuál es el centro de la voluntad de Dios? Y responde, con san Pablo: "hacer que todo tenga a Cristo por cabeza" (v. 10).

     “En esta expresión –señala el Papa– se encuentra una de las formulaciones centrales del Nuevo Testamento, que nos hacen entender el plan de Dios, y su designio de amor por la humanidad”. En el siglo II, san Ireneo de Lyon la colocó como núcleo de su cristología. Y san Pío X se inspiró en ella para el lema de su pontificado (“Restaurar todas las cosas en Cristo”) que usó en la consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús.

     Para San Pablo, “recapitular el universo en Cristo” significa, en términos de Benedicto XVI, que “Cristo se presenta como el centro de todo el camino del mundo, la columna vertebral de todo, que atrae a sí mismo la totalidad de la realidad misma, para superar la dispersión y el límite, y conducir todo a la plenitud querida por Dios” (cf. Ef. 1,23).


La autocomunicación de Dios en Cristo

     3. Este designio benevolente ha sido revelado en Cristo, por medio de la autocomunicación de Dios. Pues bien, este designio divino no ha permanecido escondido para siempre, sino que Dios lo ha revelado a los hombres. Y no como un conjunto de verdades, sino como una auto-comunicación de sí mismo, haciéndose uno de nosotros por la encarnación. Así lo dice el Concilio Vaticano II: "Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina" (DV, n. 2).

     Por tanto, señala el Papa, “Dios no solo dice algo, sino que se comunica, nos introduce en la naturaleza divina, de modo que estemos envueltos en ella, divinizados”. De este modo nos hace partícipes de su Amor, incorporándonos a su misma vida de plenitud. Con la venida del Hijo de Dios hecho carne, Dios revela su gran proyecto de amor al entrar en relación con el hombre, acercándose a él hasta el punto de hacerse él mismo un hombre. Así, como afirma el Concilio, el amor de Dios se ha hecho visible, pues en su amor ha querido hablar a los hombres como amigos, vivir y comunicarse con ellos para recibirlos en su compañía.

     Esta revelación de Dios, subraya Benedicto XVI, es algo que los hombres jamás podríamos haber alcanzado. Y a la vez, la Revelación es clave para comprender el misterio de Dios y la existencia humana (cf. Fides et ratio, n. 14).


La fe como respuesta al proyecto amoroso de Dios

     4. La fe: dejarse llevar por Dios para enfocar de modo más profundo la realidad. En esta perspectiva, señala Benedicto XVI el acto de fe “es la respuesta del hombre a la Revelación de Dios, que se da a conocer, que manifiesta su designio de benevolencia; y es, para usar una expresión de san Agustín, dejarse tomar de la verdad que es Dios, una verdad que es Amor”.

     San Pablo habla por eso de que, como agradecimiento por haber revelado su misterio, a Dios le debemos “la obediencia de la fe" (Rm. 16,26; cf.1,5; 2 Co. 10, 5-6). Es decir, con términos del Concilio Vaticano II, “la actitud con la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por El"(DV, 5).

     Por tanto, observa el Papa, “la obediencia no es un acto de imposición, sino es un dejarse, un abandonarse en el océano de la bondad de Dios”. Y de esta manera, añade, la fe nos lleva a un “cambio de mentalidad”, al descubrir ese “plan de amor” como “el sentido que sostiene la vida, la roca sobre la que se puede encontrar la estabilidad”. La fe “es un acoger en la vida la visión de Dios sobre la realidad, dejar que Dios nos guíe a través de su Palabra y de los sacramentos, para entender lo que debemos hacer, cuál es el camino que debemos tomar, cómo vivir”. De esta manera –deduce–, el comprender las cosas como Dios las ve, nos permite permanecer, estar de pie, no caer.


El Adviento nos invita a fiarnos del proyecto de Dios y comunicarlo a los demás

     Y así, el Adviento, tiempo que prepara la Navidad, “nos pone de frente el luminoso misterio de la venida del Hijo de Dios, el gran ‘designio de bondad’ con el que quiere atraernos a Sí, para hacernos vivir en plena comunión de alegría y de paz con Él”. “El Adviento –añade– nos invita una vez más, en medio de muchas dificultades, a renovar la certeza de que Dios está presente: Él ha venido al mundo, convirtiéndose en un hombre como nosotros, para traer la plenitud de su designio de amor”.

     ¿Y qué nos pide Dios a nosotros? “Dios nos pide que también nosotros nos convirtamos en una señal de su acción en el mundo. A través de nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor, Él quiere entrar en el mundo siempre de nuevo, y quiere siempre de nuevo hacer resplandecer su luz en nuestra noche”.

     En definitiva, vivir la fe “en” Cristo ­–incorporados a su misma vida–, como miembros del Cuerpo místico –la Iglesia–, y manifestar con nuestras obras el amor de Dios por cada una de las personas que nos rodean, nos convierte en señal de la cercanía de Dios en nuestro mundo. El camino a Belén ha de ser también nuestra vida.



(publicado en www.religionconfidencial.com, 12-XII-12)

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