miércoles, 18 de octubre de 2023

imprimir entrada
El sínodo con los ojos de la fe

La sesión primera del Sinodo sobre la sinodalidad (2021-2024) se acerca a su final. Con ello, en una semana comenzará una segunda fase que nos llevará hasta la segunda sesión, en octubre de 2024. 

Cabe tener presente los dos textos del Papa que introdujeron esta sesión: una homilía y un discurso, los dos del pasado 4 de octubre. Nos detenemos ahora en la homilía.

En esa homilía al comienzo del sínodo, Francisco se fija en una oración de Jesús que recoge el evangelio de san Mateo. El marco es lo que el Papa define como una “desolación pastoral”: ante la predicación del Señor, mucha gente duda, no se convierte, la acusan…

Pero Jesús no se desanima, sino que reza a su Padre: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (Mt 11,25). Esta es la primera enseñanza y el primer toque de atención ante el sínodo. Un “toque” que tiene que ver con la sabiduría y el discernimiento de Jesús, que ve a su Padre actuando en lo escondido y en los sencillos: “En el momento de la desolación, por tanto, Jesús tiene una mirada que alcanza a ver más allá: alaba la sabiduría del Padre y es capaz de discernir el bien escondido que crece, la semilla de la Palabra acogida por los sencillos, la luz del Reino de Dios que se abre camino incluso durante la noche”.

Aquí podría engarzarse la exhortación apostólica C’est la confiance, que Francisco publicaría once días después con motivo de los 150 años del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús. En medio de las dificultades –de las guerras, de los conflictos, de los malentendidos, de las dudas, y ante todo de nuestras propias limitaciones y pecados– se nos indica por dónde va este camino de la sinodalidad, que en sentido amplio es siempre el camino de la Iglesia y de los cristianos: por el abandono confiado en Dios Padre: la filiación divina que nos hace invencibles, a pesar de los pesares.

Lo decía claramente el Papa en esta apertura de la Asamblea Sinodal, apartando nuestra mirada de las meras estrategias humanas, políticas o ideológicas; pues no se trata -insiste una vez más como en los meses anteriores- ni de una reunión parlamentaria, ni de un plan de reformas.

El protagonista es el Espíritu Santo. No, no estamos aquí como en un parlamento, sino para caminar juntos, con la mirada de Jesús, que bendice al Padre y acoge a todos los que están afligidos y agobiados. Partamos, pues, de la mirada de Jesús, que es una mirada que bendice y acoge”. Y a partir de aquí el Papa da tres pasos.

 
Una mirada de bendición

Primero, esa mirada de Jesús al Padre es nuestro “lugar” de partida. Y, dice el Papa, esa mirada es, como vemos, una mirada que alaba, que discierne (que ve en profundidad), que bendice especialmente a los más pequeños y frágiles: “una mirada que bendice”. Y a la vez nos llena de serenidad y de una alegría serena:

“Cristo -aun cuando experimentó el rechazo y encontró a su alrededor tanta dureza de corazón-, no se dejó aprisionar por la desilusión, no se volvió amargado, no abandonó la alabanza. Su corazón, cimentado sobre el primado del Padre, permaneció sereno aún en medio de la tormenta”

Pero, atención, no se trata de una mirada conformista: pues “en medio de las olas a veces agitadas de nuestro tiempo, no se desanima, no busca escapatorias ideológicas, no se atrinchera tras convicciones adquiridas, no cede a soluciones cómodas, no deja que el mundo le dicte su agenda”.

Al llegar a este punto de su homilía, el Papa evoca un célebre texto de san Juan XXIII: nada menos que su alocución en la solemne apertura del Concilio Vaticano II (Alocución Gaudet Mater Ecclesia, 11-X-1962) ¿Y qué palabras escoge Francisco para apoyarse? Estas palabras: “Ante todo es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico”.

Asentada en lo recibido, la Iglesia ha de mirar al presente y al futuro. Y así con la mirada de Jesús y el consejo del “Papa bueno” nos sentimos confortados en nuestra, valga la redundancia, única fortaleza: la fe. La fe que, según la encíclica Lumen fidei (2013) es precisamente “ver con los ojos de Jesús”, participar de su mirada. Por tanto, ver las cosas y los acontecimientos, y sobre todo las personas, como Dios las ve, tratando de llevarlas a Él, única fuente de sentido y de verdad, de bien y de belleza. Y por ello, “la única razón de nuestra existencia es llevarlo a Él al mundo”, para anunciar su amor infinito.

Y aquí viene una segunda referencia de Francisco a otro de sus antecesores, Benedicto XVI, cuando señalaba, precisamente ante el sínodo sobre la nueva evangelización, que Dios debe ser la gran cuestión, el gran “tema” nuestro y para todos: “La cuestión para nosotros es: Dios ha hablado, ha roto verdaderamente el gran silencio, se ha mostrado, pero ¿cómo podemos hacer llegar esta realidad al hombre de hoy, para que se convierta en salvación?" (Meditación en la Primera Congregación General de la XIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos, 8-X-2012).


Dios en el centro


Y esto es lo que hace suyo ahora Francisco, precisamente en nuestro mundo tan proclive al antropocentrismo. Esta es la cuestión fundamental. “Esta es la principal tarea del Sínodo: volver a poner a Dios en el centro de nuestra mirada, para ser una Iglesia que ve a la humanidad con misericordia”.

Y de ahí el Papa deduce algunas actitudes fundamentales que deberían estar en todos nosotros: “Una Iglesia unida y fraterna ―o al menos que trata de estar unida y ser fraterna―, que escucha y dialoga; una Iglesia que bendice y anima, que ayuda a quienes buscan al Señor, que sacude saludablemente a los indiferentes, que pone en marcha itinerarios para instruir a las personas en la belleza de la fe. Una Iglesia que tiene a Dios en el centro y, por consiguiente, no crea división internamente, ni es áspera externamente. Una Iglesia que con Jesús, se arriesga. Es así como Jesús quiere a su Iglesia, es así como quiere a su Esposa”.


Una mirada acogedora

Unidad y fraternidad, escucha y diálogo, valentía y fe, porque todo sale de la fe, que tiene que ver, por cierto, con la confianza. Porque tener fe es fiarse del otro, ya a nivel humano, y con mucho más motivo cuando se trata de Dios, que es la roca firme que no puede engañarse ni engañarnos. Y Jesús, observa el Papa, se fija en la fe de los sencillos, de los débiles. Como lo que suele contarse de aquella niña a la que, en medio de fuertes turbulencias en un avión, le preguntaron si no tenía miedo; y ella respondió que no, porque el piloto era su padre. Esa confianza la premia Dios bendiciendo y protegiendo especialmente a los niños y a los que se hace como niños (cf. Mt 11, 28).

La mirada acogedora de Jesús, continúa en segundo lugar, Francisco, “nos invita también a ser una Iglesia que acoge, no con las puertas cerradas. En una época compleja como la actual, surgen nuevos desafíos culturales y pastorales, que requieren una actitud interior cordial y amable, para poder confrontarnos sin miedo”.

Esta actitud acogedora, sencilla y confiada, explica, debería ser también actitud fundamental en el diálogo sinodal que realizamos como Pueblo de Dios a impulsos del Espíritu Santo: “En el diálogo sinodal, en esta hermosa 'marcha en el Espíritu Santo', que realizamos juntos como Pueblo de Dios, podemos crecer en la unidad y en la amistad con el Señor para observar los retos actuales con su mirada”.

Y aquí una referencia a otro Papa santo. Porque se trata de “convertirnos, usando una bella expresión de san Pablo VI, en una Iglesia que "se hace coloquio" (Enc. Ecclesiam suam, n. 34), que no impone cargas, sino que es una Iglesia “de yugo suave” (cfr. Mt 11,30), y que mantiene “las puertas abiertas para todos, todos, todos”.


Tentaciones y virtudes para el camino

Finalmente, esa mirada de Jesús, que bendice y acoge, y que queremos hacer nuestra, “nos libra de caer en algunas tentaciones peligrosas”. Tres tentaciones señala el sucesor de Pedro: la rigidez, la tibieza y el cansancio. Como tres extremos en los que, cabría decir, puede caer una persona que se niega a caminar por incapacidad para gestionar el pasado con el presente y el futuro: “la (tentación) de ser una Iglesia rígida ―una aduana―, que se acoraza contra el mundo y mira hacia el pasado; la de ser una Iglesia tibia, que se rinde ante las modas del mundo; la de ser una Iglesia cansada, replegada en sí misma”.

Jesús, afirma Francisco, sigue llamando porque nos busca (atención) también desde dentro de la Iglesia, para que mantengamos sus puertas abiertas y así podamos proclamar la buena noticia que es el mensaje del Evangelio: “Yo estoy a la puerta y llamo, para que abran la puerta” (Ap 3, 20).

Y de ahí surgen tres virtudes como antídotos o vacunas contra esas tentaciones: la humildad, la fortaleza y la alegría. “Caminemos juntos: humildes, vigorosos y alegres”. Vayamos, nos anima el Papa, como el santo de Asís en un periodo de grandes luchas, divisiones y conflictos dentro y fuera de la Iglesia, a “reparar” o “purificar” la Iglesia. (No en sí misma, se entiende, que es santa e intocable por su lado divino; sino en nosotros). “Porque todos nosotros somos un Pueblo de pecadores perdonados -ambas cosas: pecadores y perdonados-, siempre necesitados de volver a la fuente, que es Jesús, y emprender de nuevo los caminos del Espíritu para que llegue a todos su Evangelio”. 

He ahí, propone el Papa, los medios que hemos de poner para caminar en nuestra peregrinación de la fe: “Humildad y unidad, oración y caridad”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario