Ya antes del verano se publicó el documento de trabajo (Instrumentum laboris= IL) para la primera sesión del sínodo sobre la sinodalidad (octubre 2023). Como es el documento sobre el que se está trabajando, puede interesar conocer su contenido.
Consta de un prólogo y dos grandes partes.
El prólogo explica “el viaje hasta ahora”. El Documento preparatorio pidió a las Iglesias locales preguntarse cómo es el “caminar juntos” (significado de la palabra sínodo) de la Iglesia y qué pasos invita a dar el Espíritu Santo para crecer en ese camino. Con esas aportaciones, enviadas a las Conferencias episcopales y a los Sínodos de las Iglesias orientales católicas y el informe de estas, la Secretaría general del sínodo redactó en 2022 un primer Documento de trabajo para la etapa continental, que se tituló: “Por una Iglesia sinodal. Comunión, participación, misión. ‘Ensancha el espacio de tu tienda’ (Is 54,2)”. Este documento se devolvió a las Iglesias locales, a la vez que se desarrollaba un diálogo entre las siete Asambleas continentales. “El objetivo era centrarse en las intuiciones y tensiones que resuenan con más fuerza en la experiencia de la Iglesia en cada continente, e identificar aquellas que, desde la perspectiva de cada continente, representan las prioridades que deben abordarse en la Primera Sesión de la Asamblea sinodal (octubre de 2023)” (IL 2).
Lo que está en juego: el anuncio del Evangelio
Este Documento es, pues, el fruto de toda esa fase de escucha y especialmente de los documentos continentales. Con él se cierra la primera “fase de escucha” del proceso sinodal en marcha. Una segunda fase culminará en octubre de 2023 y la tercera en octubre de 2024. ¿Cuál es el objetivo de esta segunda fase que ahora comenzamos? “Su objetivo será impulsar el proceso y encarnarlo en la vida ordinaria de la Iglesia, identificando las líneas sobre las que el Espíritu nos invita a caminar con mayor decisión como Pueblo de Dios”. Se recuerda que la finalidad del proceso sinodal “no es producir documentos, sino abrir horizontes de esperanza para el cumplimiento de la misión de la Iglesia”.
El camino recorrido, se añade, ha permitido identificar contextos (como el pluralismo religioso y la secularización creciente) y dificultades (como los conflictos debidos a crisis económicas o culturales, las guerras y persecuciones, o la repercusión de los abusos de diverso tipo), que vive la Iglesia en distintas partes del mundo.
Y enseguida se centra la cuestión: “Lo que está en juego es la capacidad de anunciar el Evangelio caminando junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, allí donde se encuentren, y la práctica de la catolicidad vivida caminando junto a las Iglesias que viven en condiciones de particular sufrimiento” (IL 5).
¿Con qué contamos ahora? Con la alegría de haber experimentado la catolicidad de la Iglesia, de haber compartido nuestros dones y también, ciertamente nuestras tensiones. Lo importante es perseverar en el discernimiento y en la oración por los frutos del sínodo en el mundo entero: “Sólo así las tensiones podrán convertirse en fuentes de energía y no caer en polarizaciones destructivas” (IL 6). La primera fase ha fortalecido nuestra identidad y nuestra vocación cristiana y eclesial como discípulos de Jesús que dijo “Yo soy el Camino” (Jn 14, 6).
Además de todo ello y de los documentos emanados, es importante contar con ciertos textos fundamentales: la constitución apostólica del Papa Francisco Episcopalis Communio (2018) sobre los sínodos y dos documentos de la Comisión Teológica Internacional sobre el “sentido de la fe” de los fieles y la sinodalidad (respectivamente de 2014 y 2018).
Un paso más y una toma de conciencia
El texto presente insiste en que, como los anteriores, “no es un documento del Magisterio de la Iglesia, ni el informe de una encuesta sociológica; no ofrece la formulación de indicaciones operativas, de metas y objetivos, ni la elaboración completa de una visión teológica” (IL 10), pero sí supone un paso más: “articula algunas de las prioridades surgidas de la escucha al Pueblo de Dios, pero no como afirmaciones o toma de posturas. Por el contrario, las expresa como preguntas dirigidas a la Asamblea sinodal” (Ibid.). En ese sentido esboza lo que entiende como ”primera comprensión del carácter sinodal de la Iglesia”, sin prejuzgar lo que habrá de decir el Documento final de la Asamblea sinodal de octubre.
Por otro lado, señala, “de la primera fase surge la conciencia de la necesidad de tomar la Iglesia local como punto de referencia privilegiado, como lugar teológico donde los bautizados experimentan concretamente el caminar juntos” (IL 11).
En efecto, ese lugar teológico de cada Iglesia local (que implica la variedad de culturas, lenguas y modos de expresión) se encuentra en este octubre con el de las demás Iglesias locales, a través de sus respectivos obispos y los fieles que les acompañen, en la comunión de la Iglesia universal. Por eso se añade: “Esto, sin embargo, no conduce a un repliegue: ninguna Iglesia local, en efecto, puede vivir al margen de las relaciones que la unen a todas las demás, incluidas aquellas, muy especiales, con la Iglesia de Roma, a la que se confía el servicio de la unidad a través del ministerio de su Pastor, que ha convocado a toda la Iglesia en Sínodo” (Ibid). Y todo esto de acuerdo con el Concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, 13)
Sobre la sinodalidad y su método
La estructura del texto, decíamos, está dividida en dos partes o secciones: la primera es una “relectura del camino recorrido”, para identificar lo entendido sobre la sinodalidad al servicio de la misión. Ante todo, acerca de las características de una Iglesia sinodal: la fe, la dignidad bautismal y la fraternidad, el amor a la Iglesia, la edificación, en torno a la Eucaristía, de la comunión vinculada a la misión, el servicio y la participación de todos, la necesidad de afrontar las crisis de confianza y credibilidad, comenzando por la conversión personal y la penitencia, la unión entre amor y verdad; y sin esconder los problemas, sino afrontándolos precisamente con la fe y el diálogo. En segundo lugar, entiende que el modo fundamental de proceder en la sinodalidad es “la conversación en el Espíritu” y que es condición necesaria para el discernimiento eclesial.
Ya se ve, notémoslo, la importancia de cuidar las actitudes necesarias en pastores y fieles (la humildad, la oración, la escucha del Espíritu Santo y de los demás), junto con la formación espiritual, doctrinal y pastoral acerca de las necesarias cuestiones teológicas (como la complementariedad de las vocaciones en la Iglesia, los modos de la cooperación de los fieles con los pastores, el sentido de los Sínodos de obispos como organismos consultivos para ayudar al ministerio del sucesor de Pedro, etc.) y canónicas. Esas y otras cuestiones deberán ser explicadas y perfiladas, estableciendo itinerarios diversificados para las distintas situaciones de las personas, con la referencia y el acompañamiento del Magisterio. Se trata de facilitar la participación y el diálogo a todos los niveles. Diálogo que habrá de mantenerse, en efecto, en la mejor sintonía con el Espíritu Santo.
Quizá a algunos todo esto les puede parecer un tanto genérico o utópico, pero nada de ello es baladí; apunta más bien un camino y, a la vez, un reto prometedor en frutos para todos. Frutos que no vendrán sin dificultades, pero vendrán. La fe cristiana es incompatible con un optimismo ciego e ingenuo, pero también con el escepticismo y el fatalismo.
Tres grandes prioridades
La segunda parte del documento intenta presentar “las resonancias producidas en las Iglesias locales” al final de esta fase, con el fin de discernir las prioridades sobre las que continuar el discernimiento durante la Asamblea de octubre. Por ahora las tres grandes prioridades son las que ya señalaba el subtítulo del sínodo: comunión, participación, misión, con el matiz de que se ha cambiado a un orden más teológico (comunión-misión-participación), si se quiere decir así, pues la comunión y la misión son inseparables y la participación es una consecuencia del comprenderse y vivirse como “Iglesia en salida” (cf. IL 44)
Tras esas amplias prioridades, están muchos temas que se han tratado ya en sínodos anteriores (como la atención a las familias o a los jóvenes) y que se deberán relanzar oportunamente. Todo ello se desea encauzar por medio de las abundantes preguntas que siguen en la segunda parte, a modo de fichas de trabajo.
Como también se ve, y el documento lo expresa, se trata de mantener la visión de conjunto (que se muestra en la parte primera) y la identificación de los pasos a dar, necesariamente concretos, cosa esta última que se pretende animar por medio de las preguntas de la segunda parte. Muchas y valiosas indicaciones se encuentran en este documento. Por eso merece ser estudiado cuidadosamente, en especial por aquellos que tienen responsabilidades formativas en la Iglesia. De hecho, sugiere direcciones y elementos decisivos para el presente y el futuro de la Iglesia y de su misión evangelizadora.
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